Viendo cómo se destruyen en Canarias esos pequeños barrios pegados al mar, muchos de ellos de baja calidad, anárquicos pero muy poéticos mientras que por doquier se mantienen esas moles mastodónticas, recuerdo que me encargaron el siguiente artículo que nunca se publicó. Trata del Cabo de las Huertas, un lugar maravilloso ahora comido por las construcciones.
EL CABO DE LAS HUERTAS
Quizá el cabo de las Huertas no tenga un paisaje exuberante de intensos colores y altos y abruptos acantilados, quizá tampoco tenga una sobrecogedora inmensidad, es más bien humilde en dimensiones y en apariencia pero, como “el Barrio”, es un emblema para muchos, amado y disfrutado. En su orilla, bajo un acuerdo tácito de respeto, personas solitarias, grupos familiares o de amigos conviven y realizan un sinfín de acciones: pasear, nadar, jugar, leer, descansar, bucear, pescar, comer, tomar el sol, consolarse del calor las noches de verano, practicar el nudismo, reunirse con los amigos, conversar y ligar pero, más allá de cualquier actividad, el Cabo es un lugar para estar y sentirse a gusto, porque no es salvaje ni sublime ni exige admiración sino que es, como su nombre nos recuerda, humano, singular y mediterráneo.
Numerosas casas y urbanizaciones han ido arañando, con subterfugios más o menos legales, la roca del cabo de las Huertas haciendo cada vez más estrecha su orilla. Quizá, como aducen, cumplan con los metros legales (sin ninguna duda, en muchos casos, habrán sido medidos en diagonal o en paralelo a la costa) pero legales o no, el espacio exento es tan reducido que quebranta ostensiblemente el lugar porque un lugar no es una zona que se mida por metros ni los metros hacen de un espacio, ni siquiera el público, un lugar. Un lugar se reconoce por las sensaciones, los sentimientos y las vivencias que despierta en nuestras vidas y por la intimidad y libertad que sentimos en él y esto es lo que las piscinas, las vallas, las casas y las urbanizaciones nos están quitando. Porque, en este lugar especial, los baños, la pesca o el nudismo llevan implícito la contemplación de un horizonte que rebota en nuestro interior y que lo desnuda, bajo una luz que nos construye. Al sol, sobre las rocas, hay quien piensa, hay quien desea y hay quien siente pero todos y cada uno de nosotros, por encima de todo, sabemos y sentimos que estamos allí delante del mar y que allí se está bien.
Numerosas casas y urbanizaciones han ido arañando, con subterfugios más o menos legales, la roca del cabo de las Huertas haciendo cada vez más estrecha su orilla. Quizá, como aducen, cumplan con los metros legales (sin ninguna duda, en muchos casos, habrán sido medidos en diagonal o en paralelo a la costa) pero legales o no, el espacio exento es tan reducido que quebranta ostensiblemente el lugar porque un lugar no es una zona que se mida por metros ni los metros hacen de un espacio, ni siquiera el público, un lugar. Un lugar se reconoce por las sensaciones, los sentimientos y las vivencias que despierta en nuestras vidas y por la intimidad y libertad que sentimos en él y esto es lo que las piscinas, las vallas, las casas y las urbanizaciones nos están quitando. Porque, en este lugar especial, los baños, la pesca o el nudismo llevan implícito la contemplación de un horizonte que rebota en nuestro interior y que lo desnuda, bajo una luz que nos construye. Al sol, sobre las rocas, hay quien piensa, hay quien desea y hay quien siente pero todos y cada uno de nosotros, por encima de todo, sabemos y sentimos que estamos allí delante del mar y que allí se está bien.
Y, ¿cómo es que se ha construido una urbanización sobre la orilla del Cabo?, ¿cómo un paseo de horrenda apariencia sobre la roca por la que paseábamos? La avaricia de la posesión, la avaricia contra la naturaleza nos lleva a su pérdida.
En el título de un irónico collage-icono del pop, su autor, Richard Hamilton, nos pregunta mordazmente, ¿Qué hace que las casas de hoy sean tan diferentes, tan atractivas? En Alicante, sin dudarlo, las piscinas. Piscinas tienen todas esas casas y urbanizaciones que bordean el mar y también buganvillas y jazmines que crecen porque los riegan mientras que los gamoncillos y las asteráceas, arrancados por su causa, florecían espontáneamente en el roquedal.
Ni una piscina, ni una valla ni una cámara de seguridad más sobre nuestras cabezas. Ni urbanizaciones ni casas. Delante de nosotros el mar, encima el faro, nada más.
Ni una piscina, ni una valla ni una cámara de seguridad más sobre nuestras cabezas. Ni urbanizaciones ni casas. Delante de nosotros el mar, encima el faro, nada más.